Los aprendices de ciegos
se camuflan
entre los pliegues de la noche,
le sacan el cuerpo a la luz,
a la amenaza del relámpago
y al fuego, que busca sus ojos.
Odian el amanecer.
Se miran en el espejo
y tiemblan,
pálidos y cobardes,
se encomiendan
a los fantasmas,
huyen de su propio rostro
se envuelven en oscuridades
y se esconden en lo invisible:
Tienen miedo de su propia sombra
saben que nada,
ni la riqueza untada de sangre
ni las armas bendecidas
ni el odio
que les pudre la sangre,
podrá salvarlos.
(Del libro Travesía de la noche)